Soledad

El coronavirus nos enseñó mucho sobre estar solo y debemos recordar sus lecciones. Aprendimos

que hay dos maneras de estar solo. Uno es solitario, es cuando extrañamos a alguien y podemos

nombrarlo. El otro es estár solo, ahí es cuando extrañamos a alguien, pero no sabemos quién.

Sabemos qué hacer con la solitariedad: acudimos a los que conocemos y amamos y lo superamos. La

soledad es más difícil.

La soledad es una vela encendida en una habitación vacía. Su luz es sólo para sí misma. Esa es la

solución en la que nos encontramos cuando estamos solos: nuestra luz es sólo para nosotros.

Bueno, de todos modos, eso es lo que pensamos. Por supuesto, a veces debemos fijarnos en

nosotros mismos. Esto es especialmente cierto cuando somos egoístas o críticos, perezosos o

codiciosos. Necesitamos recordar que hay otros en nuestras vidas, otros que necesitan la luz de

nuestro amor.

Cuando nos sentimos como una vela encendida en una habitación vacía, descubrimos que nuestra

soledad es un regalo que Dios nos da, diciéndonos que todos somos el uno para el otro. La

cura es volverse hacia ellos en amor. Llamo a un amigo enfermo y escucho la lista de enfermedades.

Dejo una simple nota a un pariente lejano. Preparo el almuerzo para la casa o pongo los platos en la

lavadora. La soledad se cura con cosas tan pequeñas que es humillante.

Pues sí, estoy para hacer cosas pequeñas. Es humillante — gracias a Dios. Mientras hacemos las

pequeñas cosas, hacemos, la próxima cosa buena, Dios Todopoderoso nuestro Creador, está

guiando la expansión del Reino de los Cielos y preparándonos para el Tiempo del Fin. La soledad

nos dice que debemos ser una luz para nuestro mundo; la humildad nos dice que Dios usará nuestra

pequeña luz. ¿No es esto bien?

Padre Joe Tetlow, S.J.